jueves, 17 de marzo de 2011

El año de los cinco encuentros


Mañana, sorteo. Bueno, el sábado el de la lotería, pero mañana sorteo de la Champions. Contra mi costumbre, toda la vida apostando al 5, compré un número acabado en 2, a ver si la matrícula de la moto da suerte.
Sólo de pensar que en esta tanda, siendo el sorteo puro ―ya pueden enfrentarse dos equipos del mismo país―, nos toque cruzarnos con el Madrid, e incluso ―y es más probable― a la siguiente, se me ponen los pelos como el alambre de espino: el año de los cinco encuentros, dos de Liga, dos de Champions y la final de Copa. Empezamos con muy bien pie, merendándonoslos en el Camp Nou con la mítica manita, aunque fuera en casa. (Debe de ser uno de mis primeros recuerdos, en blanco y negro, el 0-5 con Cruyff y el Cholo Sotil. Y aquél fue en su casa, y vivía el Dictador. Y reconozco que el otro día volví a ver el resumen del 2-6, mentiría si dijera lo contrario.)
De ser así, y si hay cruce ―encuentro, que no desencuentro, en este año de desencuentros continuos― le prometo a mi amigo Carlos ―madridista de pro y rival cordial― que uno de los dos me voy a verlo con él, que la final de Copa la tengo comprometida en casa de Jose y Cati, aunque ayer me dijo Cati que como le vuelva a romper el brazo del sofá, como me pasó en la final del Mundial, en el momento del gol de Iniesta, justo antes de abrazar a una manchega y decirle «¡Viva la Mancha!», en voz baja, al cuello, le compro uno nuevo. O sea, que para ahorrarme un hipotético sofá la veré sentado en un cojín, en el suelo, y calladito. Calladito también estuve en la final. Aún ayer me acordé de lo primero que oí después de la final del Mundial: unos jóvenes en un coche, con el culo sacado por las ventanillas, gritando «¡Iaspaña!», y una anciana con muletas, en la puerta de su casa, musitando «… España cañí».
Da un poco más que miedo este Madrid, a qué negarlo. Pasan las jornadas y empiezan a entenderse bien tantas lumbreras, natural, cosa que nosotros ―cuando digo «nosotros» digo los blaugrana, por si hay alguna duda― llevamos tiempo haciendo, al tiempo que se nos apaga un poco la luz del gol. De cinco (aunque sea marcando cinco) es imposible ganarle cinco al Madrid. Pero con menos de cuatro no nos conformamos. Con la derrota en el Bernabeu ya contamos, hasta sería posible salir como el Mágala (mi amigo de Málaga la llama Mágala, aunque él es de Úbeda y no la llama Bóveda) y entregar la cuchara, cosa que no sucederá por pundonor culé. Pero incluso con esa derrota hipotética la Liga es nuestra. No se escapa. Dani, el mayor madridista que conozco, y que por fin respeta mi condición de azulgrana, ya está avisado. La Liga la perdieron en Pamplona.
El resto… no es precisamente silencio, que diría Eliot. El resto es ruido y es furia, que diría Faulkner. (No «sonido»: ruido.) Y criterio, y toque. Y recuperación urgente de Puyol, que sin Abidal vamos «aviaos», ahora que estaba como un cohete. Por mí, el choque, el encuentro, contra ellos cuanto antes. Ojalá el sorteo de mañana reparta suerte. Y el de pasado es lo de menos.

miércoles, 16 de marzo de 2011

A Day in a Life


Seguramente es buena hora de escribir poesía, hora tan mala como todas. Buen momento para comprar una moto mediana si es barata, y salir más de casa, aunque acabe siendo mala. Día perfecto para acabar con los extrañamientos imperfectos. Una moto que no alcanza los cien, una moto con cuerpo entre las piernas, nunca he tenido una de ésas, y eso que soñé con ellas. Amanecer ideal, gordas naranjas por el cielo de Levante y el desastre de Japón no tan lejos. Hora de divagar, desvíos en el camino, alcorces que tomar. Radiactividad queda en la comarca, ahí está Palomares, a menor escala que Fukushima, ahí al lado. Pero los tomates están bien ricos a pesar de las partículas envenenadas. Y ayer corté una rama de mimosa, que aquí llaman acacia, en flor, en los rededores de una gasolinera en Villaricos, no sin antes pedir permiso, que me dieron.
         Entre ladrones de coral y eslabones en Somalia, más la edad de los prodigios, además de una moto de segunda mano, matrícula curiosa, 4242, y JR, les compro un coche a mis hijos, sin saber todavía cuál. A ella le gusta pequeño y blanco, y él lo quiere grande, como el de su madre. Incluso del mismo color champán, como si necesitase virilmente rivalizar con ella. Y aún he de rematar Ebrio de enfermedad.
         Antes de las ocho de la mañana hay que bajar un poco la persiana, que casca Lorenzo que no veas, ya iba siendo hora, aunque sea mala. El Inter de Samuel, Eto’o, le dio un baño al Bayern eterno, y van dos. Los azulgrana lo echamos de menos aunque de sus triunfos nos alegremos. Con un gol de Samuel lloró Samuel la última vez. Hace años ya.
         Sobre la traducción ―this is a non-sequitur― ya sé que digo poco, pero es que poco hay que decir. Little is left to tell, diría Samuel… Beckett. El carpintero tampoco habla de carpintería, ni el albañil de ladrillos. Poco queda por decir. Mucho queda por hacer. ¿Hora de escribir poemas? I do not think so. Y en cambio me puede una pulsión interna que me lleva a componer un poema y una obligación que me impone comprar una moto mediana, un buen coche.
         Hoy, un poema y otras treinta páginas. Acaba de empezar el día con naranjas en el cielo.

sábado, 12 de marzo de 2011

Topografía

Ayer en Turre pregunté a mis amigos almerienses si saben lo que es dar el turre, o dar la turrada. No tenían ni idea. Localismo al canto, pues. Y me temo que muy datado, porque yo hace años que no he vuelto a oír «no me des el turre», o «vaya turrada». Pero el indio en que comimos era fenomenal, y eso que el día distó mucho de ser almeriense. Más bien fue un día irlandés, que era de lo que se trataba, si estábamos celebrando el fin de la traducción de Sueño con mujeres que ni fu ni fa. Estábamos en un indio donde se come de maravilla, el Taj.
Beckett habría estado de acuerdo con Dylan, el que oí a la vuelta, bajo la lluvia, en medio de la bruma: «I swear I’m not gonna touch another woman for years».

Otra vez Petisme:

Hemos temblado de ternura
en el silencio de los bosques,
y recogido en la basura
las Rosas de la Noche.
Nos hemos muerto tantas veces
por esos cuerpos y esas calles,
y ahora el tiempo nos convence:
no somos inmortales.

La frecuencia con la que me veo de pronto en sitios donde no estoy me alarma a veces, porque estoy: estoy aquí y de pronto estoy en la plazoleta de la carrera de San Jerónimo, o en la calle Tafalla a las nueve menos diez, y en la Vuelta del Castillo a todas horas, por supuesto, o en el estanque de la Media Luna lleno de percas anaranjadas un domingo por la tarde, y en sitios inconfesables, pero tan elementales como la Plaza Real, la calle de Santa Emilia, el Borne en patines, el pasadizo de la Jacoba, la Cruz del Rayo, la calle Amparo, la calle Descalzos, el Antiguo en Sanse. En la Alameda, sea Málaga o Santiago, me veo pasear con distintísimas compañías, claro. «You fill me up with nothing but self-doubt. Some day babe, you aint gonna worry for me anymore.» La calle Roncesvalles, una discusión terminada en un beso. Y calles de París, y Hyde Park aquella mañana cruda de enero, y calles sin nombre en Venecia. Y la calle de la peluquera de San José. Y una plaza en Teruel, la del Torico, una noche, y dos curas y seis editores y un vestido de plata. Chasca la lengua al comienzo de «Nettie More». ¿Es que no tengo ningunas ganas de estar donde estoy estando bien dentro de mi piel donde estoy?
Mi asistenta me enseña una superstición preciosa para encontrar cosas perdidas: se trata de anudar el cabo de un pañuelo y metérselo en el bolsillo. Funciona. Tenía extraviado el cable del escáner, anudo la punta de un trapo, me lo meto en el bolsillo del pijama y el cable aparece como por ensalmo. Mi abuela rezaba a San Antonio.
Más sitios en donde estoy mientras tanto: la calle Argumosa, «my happiness is gone and the river’s on the rise». El hotel Inglaterra, en una perpendicular a Echegaray que no sé cómo se llama ahora, si es que no es Echegaray. El río Aguas, aquí mismo, ni siquiera cuando llueve lleva lo que dice. Si sigue lloviendo, se romperá el dique. Seco como el tabaco va el cauce de ese río. Hendaya, donde no cabe un alfiler una tarde de verano, o en invierno, donde tomamos cafés. La playa de Prellezo y las piernas moradas, o más azules que el bañador. Soria siempre. Segovia nunca. Las gafas perdidas en Elche. Córdoba, lejana. Y más sola que yo, que ya es decir. El Cabo San Vicente y la amarillez hepatítica. Muxía, con a pedra dos cadrises y a pedra d’abalar. Laxe decepcionante, insulso. En Turre me sugieren que, teniendo un apellido que responde a una localidad, a lo mejor soy judío. Vaya turre me dan en Turre con esta historia, que puede ser verdad, pero es la primera vez que la he oído, y mi abuela Lage de judía tenía poca pinta, quiero decir que tenía poca pinta de alubia pinta, pero quién sabe. La sierra de Leyre una helada noche en pleno verano de calor. El bosque de las setas en Ulzama. Una merienda en Burdeos. Cala Rajá, más gafas perdidas. Y halladas en el mar. El paseo hasta la torre vigía de la Vela Blanca, vista luego desde el mar, en velero. El Guggenheim con una furgona prestada y mucha prisa, viendo una expo magistral de Kiefer.
«Love takes such a long time to die.» El luto, como dice uno de mis amigos en el pueblo, se lleva hasta que el corazón quiera. Acaba de estar aquí, y es sabio.
Más sitios: Udabe. El despiste de la calle Orense. La esquina de Mayor con Eslava, ¿cuántas veces? Los jardines de la Taconera. La calle San Agustín, enfrente de la campana de la iglesia. El final de la calle Arrieta, en otros jardines. La avenida de San Ignacio, joder con los santos santificados. Cosme y Damián ahora. Y la calle San Huesa, que sería el santo de la fosa, ¿lo es? Más la Plaza de la Cruz. La que lleva encima cada cual, como lleva cada cual a su dios. Y su olvido, con todos los sitios que olvido, incluido el sitio, el asedio, el cerco.

miércoles, 9 de marzo de 2011

Una despedida

O un intento de sanación, una sesión de quimio desquiciada, una terapia irritante, un emético. Va a ser más bien una banda sonora. Y una señora banda.
Tiene la música de bueno que ya no hace falta tenerla para oírla, porque suena ella sola en la bóveda craneal de la memoria intacta. Así, «Nobody called. Nobody came». Resulta, indagación previa, que es el final de «A Dream», en Songs for Drella, aunque pensé en principio que era de un tema de Magic & Loss. Por tanto, no es sólo  de Lou Reed, sino de Reed y John Cale.
Y luego resulta que sí que vino alguien, llamó alguien, no «the Girl from the Red River Shore», claro, sino un vecino que me aprecia, al que aprecio, acompañado por su cuñado, que destila sabias palabras. El aprecio y el respeto son mutuos, pero a partir de hoy son mayores ―más que palabras mayores― entre los gitanos y un payo.
Todo el día llevo pensando en el inmenso Petisme de Cierzo, discazo de tiempos muy felices, cantado a coro en el coche. («No levantes tanto el vuelo, palomica…») Contiene una versión de «Azurro» (Paolo Conte) que pa qué los peces voladores de colores. Llevo toda la tarde oyéndolo de memoria, sin haberlo puesto. Y oyendo a Paco Rabal citar a Goya: «Antes loco con todos que cuerdo a solas». Lo bueno de lo malo de lo malo de lo bueno es que nunca he estado muy de acuerdo. Y toda la tarde llevo oyendo el disco más invernal y más duro que conozco, "Heaven Up Here". Una vez al año lo oigo, y van para treinta. Pero con éste me castigo de verdad de noche. Con un bálsamo me castigo. La noche es de verdad.
Oía las canciones de Petisme comiéndome un gallopedro en pleno vendaval y con oleaje batido, nunca imaginé que el Mediterráneo pudiera ser tan cantábrico, pero con este levante… Con este levantazo se me mezclaban las canciones comiendo y traduciendo para que los guiris se ubicasen, y a mis amigos de La Barca, mi familia del pueblo, les resultara más fácil entenderse y tratar bien a la clientela, y de pronto sonaba en el lóbulo occipital otra canción: «You were my first love and you will be my last». Y era como si los peces me dieran coletazos, los últimos del invierno, en toda la cara.
Pero estaba en Petisme, que el levante mucho tiene que ver con el cierzo.
Así,

Cielo de nubes veloces
empujadas por el viento.
Flores de humo y silencio
cabalgando por el cielo.
Ejército de algodones,
cine de locos y homeless.
Tengo miedo de esas nubes
que cubren el horizonte.
Preferiría morirme en tus brazos
que hacerme a la idea de vivir sin ti,
preferiría esperar el infarto
que hacerme a la idea de vivir sin ti.
Me emborracho de alcoholes
asomado a los balcones
Como si huyésemos de algo
así vamos por la vida

Y no sé si era «Cuchillos y palabras» o más bien «Nubes veloces». Lo que sí voy sabiendo es que otra cosa no hago, aparte de esperar el infarto, cuando las camisas tendidas están a punto de salir volando como peces y casca un vendaval poco normal, y me paso la mañana trabajando a destajo, y me preocupa que las vecinillas se pasen el día sin escolarizar todo el día, repetición intencionada, porque no es la primera vez, por estar enfermas, pienso, pero no, a juzgar por el anda jaleo jaleo, y El diario de Edith, que voy terminando contrarreloj y es un puñetazo en toda la cabeza, como quiso Kafka que fuese una obra maestra, a pesar del naturalismo (y de ciertas imprecisiones en la cronología interna), es que las canciones de aquel disco feliz de Petisme son de una tristeza infinita, y que no se consuela a un moribundo que además exhibe sus impudicias, y que eres una lengua que he olvidado, aunque bien la conocí, y yo una lengua que no quieres hablar con nadie.
         Véase la letra de «Dreamin’ of You».

domingo, 6 de marzo de 2011

Poema nº 453

(Para abrir boca, o semana, sin que sirva de precedente ni sea improcedente, y pidiendo disculpas a los amigos malaguistas porque los roijillos marcasen tan a deshora, ¡y encima tras trece meses sin ganar fuera de casa!, vaya un poema dominical, uno de tantos centenares como se van acumulando otra vez en los bolsillos, escrito con el viento recio y seco en la espalda. Por eso debe de ser de arte menor: creo que es el primero de todos los casi quinientos en que no va ni un solo endecasílabo. Claro que, como mi Profesor, yo nunca he fumado un solo cigarrillo.)


Ni convulsión ni temblor,
ni tembleque ni espasmo
(podría haber puesto otra cosa,
pero ni por asomo
sería el caso
si de veras es cosa).
Su afecto estimo
(podría haber puesto timo,
pero habría sido estafa,
o desatino
o piltrafa).
A su esperanza aspiro
cuando me las piro
a bordo de mi barcaza.
Su pavor, mi miedo.
Su desdén, mi amor.
Su amar, mi mar.
El pesar se hace mayor
(podría haber puesto la calma,
el sosiego o la templanza)
a medida que menguo yo.

jueves, 3 de marzo de 2011

El frío


A María, my dear
Va a hacer un frío que se caerán de los cables los vencejos. Lejos de que aumente la temperatura aumentan los precios. Y los pájaros tiesos. Se acerca el día en que ya no importó que estuviera vivo o muerto. Me acuerdo de pronto de aquella desorientación enorme en Bravo Murillo, y de que alguien creyó verme en otra esquina de la ciudad al mismo tiempo cuando yo estaba en una boca de metro. No sabía si entrar o salir o quedarme quieto en el asombro de mi desconcierto.
Tan desnortado anduve que acabé en el sur.
         En fin. Va a hacer un año de todo aquello. En el fondo el fin había sido antes. No mucho, pero antes, y confirmado después. Después, ya nada. Después, los paquetes de Marlboro que no duran nada, y hacer de transportista para la casera, por cuyas manos y las mías pasan billetes de piedra, y dejarse crecer la barba, y conocer a gente rara. Ahora que marzo marcea es de ver que llegará el día en que mayo mallee, y llegará el día en que etc. Llora el vecinillo de madrugada. Los pájaros se han callado de golpe en seco. Y debe de nevar en el interior de la península, claro que sí, faltaría. Faltaría un centímetro en una falda si no nevase ahora y no hiciera un frío que se caen los vencejos de los cables.
         De aquel día me acordé con el gesto de Pellegrini, don Manuel, ante el soberbio Mourinho, José, sin don. No lo tiene. No se lo doy. Mala amiga la soberbia donde buena la humildad. Buena amiga Málaga. Donde Juan fue One, yo voy siendo My Call, o My Cold, si soy Michael. El invento no es mío, sino de María, o My Dear. Que suena casi igual. Pero sigo siendo Me Well.
         Va a hacer un frío que pa qué los vencejos. ¿A quién van a ganar?

martes, 1 de marzo de 2011

Albor

Un ruido lejano llega del puerto.
No ocluye mis negros pensamientos.
Con negras pesadillas me despierto,
el alba da al dolor un color más cierto.

Así amanezco, antes que amanezca, con endecasílabos antes de hacer a tientas el té. Así me acuesto, con octosílabos de ensueño que luego no reproduciré. Es marzo tempranero y frío. Me debato entre la pulsión de continuar el poema y la obligación de ponerme a producir sin haber leído una noticia. A punto de terminar tres libros ―Ebrio de enfermedad, Sueño con mujeres que ni fu ni fa, El diario de Edith: Broyard, Beckett, Highsmith, o Anatole, Samuel, Patricia― y sin entender por qué se me han acumulado los tres finales, dudo si rematar o empezar. La pesadilla es vivísima: Barcelona, un hotel muy raro, transporte público, mi padre, una señora mayor, una hoja de reclamaciones. Me digo: ¿tiene continuación el poema? Me pongo otro polar por encima del polar. Amontonamiento de polares, de poemas, de finales.
         Chufla la espita de la kettle. Se posa el té. Ando con unos mocos que se me caen al suelo. En realidad no ando. Podría recrearme en esos versos, pero prefiero dejarlos como están: el ruido ha cesado, la pesadilla es olvido, no amanece aún, el dolor no desaparece. No me apetece ser ni críptico ni claro. Ni abrasarme la boca con el té  ni aliviarme la sed.
         Pienso en los correos que he de escribir, ahora que veo los recibidos ayer y pienso en los no contestados ―la gente escribe de noche, pero de noche yo duermo―, de agradecimiento unos, de obligación otros, y oigo pasar un coche de otro madrugador que seguro que va sorbiéndose los mocos. Me rondan las mientes las tareas pendientes. Parece parado el reloj. Fumo más pronto de lo previsto. Prendo otra luz. Hago un zumo de mandarinas, las últimas del invierno, seguro fijo. Pasa otro coche, un diésel renqueante. El zumo, ni fu ni fa, ma.
         Tengo de pronto en la memoria la estantería del pasillo de una casa en la que no vivo. El estante más alto, donde están los Nabokov criando polvo. Y la sal en la cara. Debería afeitarme esta barba zarrapastrosa, pero creo que no lo haré. Los veo dormir todavía dos horas. El té me escalda el paladar. La lengua está en mis dedos. Toso. No despunta el día. Parece que anocheciera ahora y el silencio es completo.

Addenda:
Para pasmo de propios y extraños, ahora que ya no creo ni por el forro en las coincidencias, traduciendo a Patricia Highsmith aún antes de las nueve de la mañana, me encuentro con que Edith, en su diario, copia un poema. El capítulo 18 de El diario de Edith empieza así:

El 6 de mayo, Edith copió en el diario un poema que había escrito esa mañana, aún en la cama, al alba, con el lápiz, en la libreta que tenía en la mesilla.

Al alba, tras haber muerto yo horas antes,
entró la luz del sol como siempre a las siete en punto
entre estos árboles que bien conozco.
Reventará el verdor, las sombras verde oscuro darán paso
al cruel y benigno sol, al sol indiferente.
Indiferentes seguirán los árboles en mi jardín,
sin llorar por mí la mañana en que yo muera.
Iguales que siempre, las raíces sedientas,
los árboles descansarán al alba, sin que los meza la         [brisa,
ciegos y desatentos,
los árboles que tan bien conocí,
y tanto cuidé.