miércoles, 15 de diciembre de 2010

Los clásicos, escudos


A mi madre

Joder, anteanoche Quevedo ―pasando por Carlos Edmundo de Ory― y ahora me da el punto Luis de León. Aquí va sólo el final de «Virgen que el sol más pura», y en mi anticlericalismo cada vez mayor tiene cáscaras que me acuerde de estas cosas y de don Jesús Cañedo, que me las enseñó (también me acuerdo de Bataillon, de Henríquez Ureña, de Rico, que no me las enseñaron, pero me las contaron: me acuerdo de todo lo que hubiera sido si el humanismo hubiera triunfado sobre la cerrazón de la Iglesia):

Virgen, por quien vencida
llora su perdición la sierpe fiera,
su daño eterno, su burlado intento;
miran de la ribera
seguras muchas gentes mi caída,
el agua violenta, el flaco aliento:
los unos con contento,
los otros con espanto; el más piadoso
con lástima la inútil voz fatiga;
yo, puesto en ti el lloroso
rostro, cortando voy onda enemiga.

Virgen, del Padre Esposa,

dulce Madre del Hijo, templo santo
del inmortal Amor, del hombre escudo:
no veo sino espanto;
si miro la morada, es peligrosa;
si la salida, incierta; el favor mudo,
el enemigo crudo,
desnuda, la verdad, muy proveída
de armas y valedores la mentira.
La miserable vida,
sólo cuando me vuelvo a ti, respira.

Virgen, el dolor fiero

añuda ya la lengua, y no consiente
que publique la voz cuanto desea;
mas oye tú al doliente
ánimo, que contino a ti vocea.

Pero la Virgen María y yo no somos amigos (aquí, el poema entero se puede oír leído por Dámaso Alonso, nada menos, y suena bien, con voz límpida, sin empastar:
Enemigos tampoco somos la madre de dios y yo. Somos dos desconocidos que ni siquiera se han cruzado en el metro. Pero conozco bien a quien tiene hilo directo con Ella.
Y resulta que una de dos: o mi versión en papel es flaca o las que veo en Internet insuficientes, o, tres, ando corto yo de vista y flaco de tiento, porque no concuerdan. Hay dos versos que dicen «Siento el dolor, mas no veo la mano. / Ni puedo huir ni me es dado escudarme». Por ahí es por donde me acuerdo de fray Luis, injustamente encarcelado en Valladolid, junto con un tal Martínez, de raigambre tan hebrea como él. A la vuelta al aula le salió ese eterno «Decíamos ayer…»
Luego de los años de cárcel, algo más de cuatro, Luis de León publicó su traducción del Cantar de los cantares. Esto lo dejo en manos de los que saben, pero resulta que esa traducción es uno de los grandes clásicos de la lengua en que hablamos. Escrito en hebreo, resuelto en español del xvi. A ver si nos vamos enterando del status que, a veces, tiene la traducción. Y sí, a qué negarlo: creo que acabo de rezar. A mi manera., sin saber para qué. Será por el impacto que me ha causado oír ―ver― a Estrella Morente delante del féretro de su padre, cantándole

Granada, no tengas miedo 
de que el mundo sea tan grande, 
de que el mar sea tan inmenso. 
Tú eres la novia del aire.
La de la sombra de plata,
la del almendro, la que parece de nieve 
y por dentro es fuego.
Tú eres rosa del rocío, 
amor de los ruiseñores, 
lamento del agua oculta 
que canta en los surtidores.
Granada del alma mía, 
si tú quisieras contigo
me casaría esta primavera.

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